domingo, 19 de julio de 2015

Hermosos pueblos de la geografía rusa II

La aldea de leñadores tiene como mucho 20 casas, todas de madera con su huerto vallado. Viven en ella, de forma permanente, 8 o 9 familias y solo una de ellas es una familia joven. 

Los abuelos de nuestra anfitriona viven en una casa a la que se accede a través de un patio. Desde fuera no lo parece pero dentro tienen un establo porque antes tenían vacas, un granero, la bania, una casa que ahora solo usan en verano cuando vienen visitantes, un huerto muy grande por el que deambulan unos quince gansos y panales de miel. Lo que sí se ve desde la calle (entiéndase "calle" como camino entre dos casas) es el apartado para el pozo porque a este pueblo llega la electricidad pero no hay canalización de agua de ningún tipo así que dependen del pozo: cada casa tiene uno encerrado en un cuartito. Tienen teléfono fijo pero no llega la señal para los móviles aunque sí llega señal para la tableta de la abuela (en serio) si se sienta junto a la ventana de la cocina.



Vista desde la cocina. Con esta perspectiva, se pilla internet en la tableta
Por lo demás, el resto de la casa es como todas las casas rurales rusas: cocina, salón-dormitorio, descansillo y zona con el horno de leña que hace las veces de basurero de cosas que luego se puedan quemar. 


Es lo mínimo que había en esa mesa en cualquier momento. Obsérvese la mermelada al descubierto que permanecerá así siempre. Es casera y cómo se conserva con el calor que hace en la casa es algo que deberían estudiar los científicos


Kompot <3




Fuimos a dar una vuelta a la aldea que tiene dos calles (con nombre y todo), a ver la orilla del río y preguntarle al Tío Sasha, un abuelo del lugar, si nos daba un paseo en su barca. La barca tiene trote y funciona a motor. Por el módico precio de 200 rublos (que negociamos utilizando el famoso "es española") nos dio un paseíto y nos dejó en la otra orilla donde subimos montaña-bosque arriba hasta que dimos con su perro y luego, a casa. 



El estado de este camino es el estado de toda la carretera que lleva hasta aquí
Cuando llegamos, a pesar de mis mallas y de mi repelente para los mosquitos tenía como veinte picaduras en las piernas. Una maravilla porque además los mosquitos rusos no sé de qué están hechos pero pica que dan ganas de arrancarse las piernas a mordiscos. Eso hizo que tomara medidas aún más drásticas al día siguiente cuando mi amiga y la madre de su alumna decidieron ir al campo a por "hierbas" (plantas aromáticas y flores que echarle al té). Ni con esas porque cada vez que salía al baño me devoraban los mosquitos también así que tuve que controlar mi ingesta de líquidos. 






Y llegó la hora de irnos. Hacía un día de sol estupendo pero, como todos los días desde que llegué aquí, en menos de 20 minutos, nubes y truenos. A la ida había venido pensando que con un poco de lluvia, más de un coche se habrá quedado ahí y, teniendo en cuenta que a pesar de vivir en el campo en un lugar que no sabe lo que es el asfalto no se han comprado un todoterreno como dios manda, me temí lo peor. 


Pero no. Con mucha dificultad y a pesar del diluvio universal que nos cayó conseguimos llegar a casa de nuestras anfitrionas de una pieza. Esta casa es la que digo que está en un lugar que no conoce el asfalto porque la carretera que lleva a lo desconocido estaba en mejor estado que esta: un pedregal infumable. No empedrado, ojo, pedregal. La casa, eso sí, era muy grande, bastante moderna y bien decorada. Me llamó la atención lo grande que era el salón y lo vacío que estaba y es que a los rusos los salones les gustan así: grandes y vacíos porque a los invitados normalmente los sientan en la cocina con la mesa llena de viandas. Añado también que suele haber alguien que duerme en el salón (los padres o alguno de los hijos) aunque por la pinta de los sofás, en este salón no duerme nadie. 

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